Época: Pontificado e Imperi
Inicio: Año 1198
Fin: Año 1216

Antecedente:
Triunfo de la Plenitudo Potestatis



Comentario

A lo largo de su pontificado, Inocencio III actuó como arbitro efectivo de los destinos del Occidente.
En Italia, desde el momento de su ascenso, el Papa puso en juego un conjunto de medidas para ejercer la autoridad en sus Estados. El arnaldismo quedó prácticamente eliminado como corriente de opinión. Prefecto imperial y Senado de la ciudad quedaron sometidos al poder papal que, asimismo, se hizo extensivo a los territorios de Ravena, la Pentápolis y Espoleto. La Liga Lombarda, aunque con reservas, siguió reconociendo la autoridad moral que el pontificado había logrado bajo Alejandro III.

En el Sur, Inocencio III se mostró, a la muerte de Enrique VI y de su mujer Constanza, como el valedor de un menor -Federico- frente a algunos insumisos vasallos normandos y alemanes. De hecho, el Pontífice actuó como tutor del joven príncipe hasta el momento de su mayoría de edad.

Respecto al Imperio, la muerte de Enrique VI puso en juego los derechos de tres posibles candidatos a la Corona alemana: Federico de Sicilia -demasiado joven-, su tío Felipe de Suabia, representante de los intereses weiblingen; y Otón de Brunswick (hijo de Enrique el León) avalado por los welfen. La guerra civil se hizo inevitable y, en tal tesitura, se reclamó el arbitraje pontificio. En su "Deliberatio Domini Papae Inocentii", se sopesaron los pros y contras de cada uno de los candidatos para inclinarse, al fin, por la legitimidad de Otón (1 de marzo de 1201). El fallo no fue acatado por los partidarios del Staufen que contaba con el apoyo francés y fue coronado rey por el arzobispo de Colonia. El problema se simplificó dramáticamente en 1208 cuando Felipe de Suabia fue victima de un complot.

El terreno quedó despejado para Otón de Brunswick, que bajando hasta Roma, fue coronado como emperador en octubre de 1209. Crecido por el éxito el welfen aspiró a controlar de forma efectiva toda Italia. Era más de lo que Inocencio III podía soportar: unos meses más tarde lanzaba la excomunión contra el soberano germánico y depositaba sus esperanzas de una equilibrada política en Federico de Sicilia. ¡El Papa y los weiblingen militaban en el mismo campo! El Pontífice, sin embargo, tuvo buen cuidado de asegurarse la promesa del joven Staufen de -caso de ser elegido rey de Germania- mantener separados el Imperio y Sicilia. En diciembre de 1212, Federico era proclamado rey por sus parciales en Francfort.

El conflicto dejó de ser estrictamente alemán para convertirse en europeo: detrás de Otón se situó el rey ingles Juan y algunos nobles del Norte de Francia. Del lado de Federico, el Pontífice y el rey Felipe II Augusto de Francia. La victoria de éste en Bouvines (27 de julio de 1214) no era sólo la derrota de Otón sino un gran triunfo del Papa e, indirectamente, de su joven pupilo Federico.

En relación con los otros Estados, los conflictos de la Iglesia de Inglaterra con su monarca Juan sin Tierra fueron también explotados a fondo por el Pontífice. En 1213, a fin de sacudirse la excomunión, el soberano británico infeudaba sus Estados a la Santa Sede. Dos años más tarde, derrotado en Francia y presionado por sus barones, Juan hubo de suscribir la Carta Magna (15 de junio de 1215) cuyo artículo primero garantizaba las libertades de la Iglesia de Inglaterra. En esta ocasión, sin embargo, Inocencio III adoptó una postura favorable al monarca por considerar que el documento había sido arrancado con violencia y no se había consultado a la Santa Sede para su elaboración.

No menor fue la influencia de Inocencio III sobre el reino de Francia. No sólo por su mediación en las disputas conyugales de Felipe Augusto (repudio de la reina Ingeborg para unirse a Inés de Merán) o por su participación en el conflicto que se saldó en Bouvines, sino también por el decisivo papel desempeñado por la Santa Sede en la represión de la herejía en el Midi. El aplastamiento militar del catarismo, vía cruzada, constituyó un doble éxito: para el rey de Francia que vio acrecentar su influencia en el Languedoc, y para el pontificado que veía sofocado un grave peligro para la unidad de la Iglesia.

En relación con los reinos ibéricos, Inocencio III impuso sus criterios en las diferencias con Sancho I de Portugal y Alfonso IX de León, logró la infeudación a la Santa Sede de la Corona de Aragón por parte de Pedro II y apoyó decisivamente a Alfonso VIII de Castilla en la preparación de la empresa que culminaría en la victoria cristiana de Las Navas de Tolosa (1212).

Hacia Oriente, Inocencio III logró fructíferas intervenciones en los reinos de Bohemia, Hungría y Bulgaria y apoyó decisivamente la consolidación del Cristianismo en las regiones mas apartadas del Báltico. El mayor éxito -aunque a la postre se volviera contra los propios intereses de la unidad de las Iglesias- se lograría en Oriente con la implantación de un Imperio latino en Constantinopla tras la Cuarta Cruzada.

En 1215, por tanto, Inocencio III había convertido en realidad la idea de un pontificado como poder supremo de la Cristiandad. La convocatoria de un magno concilio ecuménico habría de poner broche de oro a tan magna obra.